ATENCIÓN,
ASCENSOR BAJANDO
Akela
Principio
con mayúscula inicial. Lo mejor para comenzar es una descripción, un cielo azul
intenso como recién pintado, algunas nubes azucaradas que intenten devolverlo a
la blancura cerca del horizonte, unas montañas y al fondo del valle. Abriéndose
un hueco entre los árboles, un pueblecillo de casas bajas. Puede parecer algo
típico, pero sentado en esta silla incómoda, frente a este papel que me
intimida de tan blanco es difícil encontrar la originalidad. He de
concentrarme. Más colores, eso puede estar bien, las casas eran cada una de un
color del arcoíris, y los tejados muy altos y puntiagudos. En una de las casas
vivía una niña, siempre hace falta una protagonista, a la cual no voy a
describir por miedo a aburrirte. Bueno, solo diré que su pelo era verde. ¿Su
vida cotidiana? Lo que más le gustaba era ir de casa en casa ayudando a las
gentes en sus tareas mundanas. Todos la conocían y la querían mucho, pues era
la única joven en todo el pueblo. Su sitio favorito era la pastelería, donde la
pastelera, una señora mayor y regordeta con un delantal blanco como la nieve,
siempre le tenía guardado algún dulce en recompensa por los recados que le
mandaba. Pero hoy la niña al despertarse ha sentido que algo era distinto, una
especie de agradable sensación en la tripa de que debía hacer algo, que la
empujaba hacia algún sitio. Como si algo en su mundo hubiese sido descolocado.
Así que ha ido hasta los límites del pueblecillo, donde empiezan los altos
árboles y se ha quedado contemplándolos un rato. Ahora echa a andar, se adentra
en el bosque olvidando por completo que hoy toca empanada de manzana, su
favorita. El ambiente en el bosque es luminoso y húmedo, flotan extraños aromas
a flores y plantas. Mientras sus pies siguen moviéndose sin saber hacia dónde
piensa que los árboles tienen algo mágico, una fuerza que también fluye dentro
de ella fascinándola y dándole seguridad. Las ramas son cada vez más altas y
las raíces en el suelo más gruesas, así que el avance se vuelve difícil. Sus
cabellos se confunden con las hojas que los acarician y la luz que consigue
llegar hasta el suelo lo hace en pequeños rayos que ya no son tan brillantes,
sino que poseen tonalidades anaranjadas, verdes, marrones e incluso rojizas.
Después de un buen rato nota que los gruesos troncos empiezan a estar más
espaciados, como si se respetasen unos a otros. Entre ellos destaca uno
inmenso, de un extraño color azul oscuro. Parece ascender hasta el infinito
entre las ramas de los otros árboles, y de él emana una atmósfera como
electrizada que llena el espacio que lo circunda. Temerosa, la niña se va
acercando poco a poco hasta descubrir una puerta en el tronco, en ella hay pomo
en forma de pezuña y tira de él. Por dentro el árbol está hueco, desde allí ve
como se levanta a su alrededor a modo de paredes de una estancia vacía. No
vacía del todo, en un rincón hay un hombre de mediana edad, con larga barba,
sentado en una especie de silla que sale de la pared mientras escribe con una
pluma en un papel. En ese momento giro la cabeza y la veo, es tal como la he
imaginado, su vestido, su pelo, sus grandes ojos. Espero a que ella hable
primero mientras noto como me observa, dándose cuenta de quién soy. Eres un
demonio, dice. Sí, le respondo. Ella sigue parada pensando, ve la túnica roja,
la barba negra, los pequeños cuernos que asoman de la cabeza completamente
calva. Es un demonio, vuelve a pensar, y
esa sensación extraña que la viene acompañando todo el día la empuja a
acercarse al lugar donde escribe y quedarse esperando mientras él, con una
parsimonia ritual, se levanta como invitándola a sentarse. Ella acepta y
ayudándose con las manos se encarama a la extraña silla, coge la pluma y mira
el papel que le queda delante. El demonio se aleja obedeciendo la misma oscura
fuerza que le ha obligado a ceder su sitio a la niña, empuja la puerta y sale
al exterior. El papel es muy blanco y deslizar la pluma por él produce una
sensación que me agrada, aunque es incómodo que me cuelguen las piernas en esta
silla tan rara. Voy a colocarme el pelo para poder escribir
bien. ¿Escribir qué? Él está fuera del gran tronco y contempla los árboles que
hacía tanto tiempo que no veía ¿Qué puedo decir de los árboles? Son oscuros y
amenazantes. El demonio empieza a andar entre las ramas tronchadas esparcidas
por el suelo. Mientras camina piensa en qué le ocurrirá ahora, adónde le
empujará esa fuerza que le mueve. Paso tras paso se acerca a una ciénaga donde
el olor es intenso y asqueroso. Lo poco que ve entre la penumbra brumosa en la
que está sumido todo el bosque es un
gran charco de fango viscoso bordeado por retorcidos árboles que sumergen sus
raíces en la orilla. Como si bebieran de él grandes tragos desesperados. Acerca
un pie y lo hunde hasta el tobillo, el siguiente llega hasta la pantorrilla y
en pocos pasos está metido hasta el cuello. El espeso fluido está horriblemente
frío, espera unos instantes, respirando pausadamente, e introduce también la
cabeza. Dentro no puede ver nada y siente las escurridizas anguilas
arrollándose alrededor de sus piernas. Empieza a avanzar pero es complicado,
las algas entorpecen sus movimientos y le atrapan brazos y torso cuando se
desplaza. El fondo que pisa es de arena fina, pero también hay alguna clase de
esquirlas afiladas que le dañan las plantas de los pies. Continúa moviéndose,
cada vez más profundo, los peces notan su presencia y se acercan a él
acariciándole con sus dientes los párpados y los labios. El prosigue hasta que
topa con una piedra enorme. Sabe lo que es, y lo que significa. Sabe lo que
tendrá que hacer. Sabe que tiene que rodearla hasta dar con la entrada y que
despacio pasará dentro, que los peces y las algas quedarán fuera,
contemplándole desde el límite con el exterior. Buscará a ciegas por el suelo
que ya no es barro sino roca sólida hasta encontrar el objeto, el filo que necesita.
Lo dirigirá al centro de su pecho y con un movimiento fuerte, preciso, apretará
hasta que corte lo suficiente. Lo dejará caer al suelo e introducirá su cansada
mano en la abertura, tanteando para notar algo que palpita, algo caliente que
sacará con cuidado mientras se sienta ceremonialmente. Llegados hasta aquí,
¿cómo puedo acabar el relato? Dirigirá el órgano lentamente a sus labios y lo
besará con una ternura amarga durante largos instantes mientras la masa de
peces continúa expectante en la entrada. Y para el final, hace falta que ocurra
algo que marque la transición entre lo escrito y la realidad, un choque que te
permita salir de aquí con un salto limpio y contemplar el papel que lees como
algo ajeno. Girará a la vez que se incorpore y, quedándose de rodillas, le
ofrecerá a la pared de dientes su mayor tesoro con los brazos extendidos. En
ese instante, una explosión de escamas plateadas se arrojará sobre él
envolviéndolo todo. Así acaba.
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